Antologia poètica d' "Azael"

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LO ETERNO

Escucho del arroyo caudaloso

la melodía de sus hondas claras,

que dice, mientras corre impetuoso:

“¡Todo pasa!”


Azota el viento la enramada oscura,

y transformando su ramaje en arpa,

fugitivo y armónico murmura:

“¡Todo pasa!”


La brisa arrastra con impulso blando

las hojas y las flores marchitadas,

pero dice, al llevárselas volando:

“¡Todo pasa!”


Navego por el éter infinito

donde refulgen las estrellas claras,

y en sus luces eternas leo escrito:

“¡Dios no pasa!”



ORIENTAL

Y dijo un día el fabuloso Oriente:

“¿Quién, como yo, se hermoseó jamás?...

Yo tengo aromas de mi Arabia ardiente,

yo tengo el oro que mis Indias dan.


Emesa, mi jardín, me da sus flores;

mis mares me dan perlas y coral,

y ocultan diamantes brilladores

mis fúlgidos filones de Ceilán”.


Y yo le respondí: “¿Por qué te ensalzas?...

ven a ver tu hermosísima rival,

pues son los ricos dones que realzas

destellos de su célica beldad.


Mira la luz que vierte de sus ojos…

¿qué diamantes tuyos brillan más?

O, ¿a qué sartal de tus corales rojos

no pueden sus mejillas afrentar?


Contempla sus cabellos… ¡Cuan preciosos

adornan su cabeza celestial!

Y dime si tus oros más famosos

no quisieras con ellos cambiar.


¿Las flores de tus valles?... ¿Sí, son bellas!

Nadie su roja grana copiará,

mas presto palidecen, si a par de ellas,

quieres sus rojos labios colocar.


Aspira la fragancia embriagadora

que exhalan sus vestidos al pasar…

¿qué aromas de tu Arabia soñadora

tuvieron su pureza y suavidad?


Y mira, en fin, las gotas de su llanto

junto a la Cruz donde su amor está,

y dí si valen más o brillan tanto

las perlas que atesoras en tu mar.”


FOTOGRAFÍA ESPIRITUAL

Enfrente de la máquina enfocada

inmóvil esperé con ansiedad;

pasó breve momento, y el artista

me dijo al fin: “¡Ya está!”

¿Cómo queda mi imagen retratada

a través del cóncavo cristal?

¡Prodigio de la luz! ¡Sólo ella sabe

con tal primor bordar!


Mis ojos se durmieron en los ojos

el cuerpo ensangrentado de mi Dios

y, en el fondo de mi alma estremecida,

“¡Ya está!”, dijo una voz.

¿Cómo quedó su imagen dibujada

en medio de mi pobre corazón?...

¿qué luz la grabó allí tan indeleble?...

¡Misterios del amor!


¡SEÑOR, QUE VEA!

Que yo vea, Señor, porque estoy ciego.

Es mi ceguera la soberbia altiva.

Unge, Señor, mis ojos con saliva,

como a otros ungiste y veré luego.


Veré para dolerme, mis maldades;

veré para enfrenarlas, mis pasiones;

veré tus infinitas perfecciones,

mi mucha ingratitud y tus bondades.


Veré el amor eterno con que me amas,

veré el gran desamor con que te pago,

veré mi resistencia al dulce halago

con que a mi pecho apasionado llamas.


Veré a tus amores las finezas

que eslabonan tu cuna y el Calvario;

veré en ese misterio del Sagrario

la suma celestial de tus riquezas.


Y al ver cómo contrastan tus favores

con las crueldades de mi duro pecho,

humillado y en lágrimas deshecho,

en la red caeré de tus amores.


¡Que yo vea, Señor, porque estoy ciego!

Es mi ceguera la soberbia loca,

ven y unge con saliva de tu boca

mis ojos sin fulgor, y verán luego.


FALTA UN ÁNGEL

Amador Jesucristo de los hombres,

sus ángeles un día les mandó;

yo conozco sus caras y sus nombres

y a enumerarlos voy:


El ángel del dolor y del consuelo,

el ángel de la santa caridad,

el ángel que nos guarda para el Cielo,

y el ángel de la paz.


El ángel defensor de la pureza,

el ángel del valor y el del deber,

el ángel que acompaña a la pobreza,

y el ángel de la fe.


El que infunde en los hombres la esperanza,

el que inspira en el alma abnegación,

el que bienes sin límites alcanza

y el del divino amor.


El que dulce sonríe a la inocencia,

el que da a los enfermos la salud,

y el que sabe adornar la penitencia

con rosas de la Cruz…


¡Oh, cuántos son los ángeles que Cristo,

amador de los hombres, nos mandó!...

Pero un ángel existe que no he visto…,

y es el que busco yo.


Es ángel que seduce con su encanto…

Su nombre es un imán… ¡Felicidad!

No lo busquéis aquí; ese ángel santo

al mundo no bajó; se quedó allá…



AROMAS DE GRATITUD

Gracias te doy, mi Dios, por el consuelo

que al pie de tu Sagrario he recibido,

¡se siente, a veces, uno tan herido!...

¡y es manjar tan amargo el desconsuelo!...


Y vine a ti con infinito anhelo

de verme confortado y socorrido…

Mi amor no se engañó, pues me has oído

desde el sagrario, donde está mi cielo.


Tu voz, como en el mar de Galilea,

en el mar de mi pecho ha resonado,

los vientos aplacando y la marea.


Cada vez que me sienta tan turbado

vendré a escuchar la voz que me recrea,

vendré, en busca de bálsamo, a tu lado.



MARIPOSAS

Recatadas del cierzo dormitan

del jardín en las altas magnolias,

recogidas las nítidas alas

en el borde sutil de sus hojas.


A los rayos del sol se despiertan

y, embriagadas de frescos aromas,

un instante se agitan inquietas

y descienden cual lluvia de rosas.


Son cual tiernos capullos alados,

son cual rima de liras eolias,

son cual besos de luz matutina,

son cual vivos relámpagos todas.


Alocadas, festivas, rientes,

reunidas en fúlgida ronda,

cual joyeles de nieve y rubíes,

por los verdes rosales retozan.


Ora besan los lirios azules,

ora en rojos capullos se posan,

ora en níveas campánulas frescas

se columpian las vírgenes locas.


De improviso, esas hijas del aire,

asustadas quizá, o juguetonas,

otra vez a volar se levantan

como un haz pintoresco de notas.


Y otra vez a posarse descienden

sobre nardos, claveles y rosas,

en sus cálices puros y abiertos

respirando exquisitos aromas.


Mas doquier que esas frágiles ninfas

ronde, vuelen, se agiten, recorran,

van marcando festivas su paso

con el áureo polvillo que arrojan.

Mariposas de luz son mis versos,

oropéndolas son mis estrofas,

que dormidas del arpa en las cuerdas

despertó desde Oriente la aurora.


En fantástico enjambre recorren

los jardines, y prados y frondas,

y doquiera que ven poesía

un momento arrobadas se posan.


Un momento, no mas… Porque luego

se levantan en nítida ronda

a besar nuevas flores que se abren,

a mecerse en sus trémulas hojas.


Son destellos vivaces que ondulan,

son bandadas de piedras preciosas,

que relumbren del sol a los rayos,

pero viven tan sólo una hora.


Mas también va dejando ese enjambre

que del arpa poética brota,

por doquiera que pasa, el polvillo

de una estela sutil y radiosa.