"Impresiones de mi tierra", de Carlos Sarthou

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"Impresiones de mi tierra" (1910) va ser una de les primeres publicacions del polifacétic Carlos Sarthou Carreres. Editat a la impremta Monreal de Burriana, població d'on Sarthou era jutge aleshores, el llibre portava un pròleg del doctor Lassala i diverses il•lustracions del seu amic el pintor castellonenc Vicent Castell, incloent-hi el famós dibuix "Sembradors de la Plana", a més de 172 fotografies originals de l'autor.

Tot i que els continguts del text, que fa un recorregut per diversos indrets de la província de Castelló, contenen informacions de caràcter artístic i històric hui prou desfasades, i amb les que D. Carlos Sarthou fa gala de la seua habitual visió romàntica i mítica dels fets que tracta, l'aportació gràfica segueix constituint un conjunt documental de notable importància i l'escriptura de Sarthou replega nombrosos fragments d'emocionada estima per la seua terra i les seues gents, com en els fragments que es reprodueixen a continuació.

El llibre va tenir una reimpressió facsimilar a l'any 1984 (Ed. José Huguet, València), amb una introducció de la filla de l'autor, Lidia Sarthou.


Visita a la ermita

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He salido de la ciudad a media tarde cuando los rayos solares, ya amortiguados, imprimen un color esmeralda a los verdes naranjos, un ocre rojizo a la tierra y un colorido brillante al paisaje. Eché a andar por la recta carretera que a la ermita conduce. Después de haber dejado a la derecha el extenso calvario con su capilla, el camino, antes monótono porque sólo atravesaba viñedos y algarroberales, es amenizado hoy por lozanos huertos colindantes, alegres “masets” y jóvenes jardines. Ellos son debidos a la laboriosidad de mis conciudadanos que, alumbrando manantiales de agua buscados a cincuenta metros de profundidad, supieron convertir en campos fértiles, miles de hanegadas de improductivos roquizales. La pólvora que los antiguos villarrealenses empleaban con heroísmo en la guerra, defendiendo a la Patria, la emplean modernos héroes del trabajo haciendo Patria en su lucha contra las peñas y, no produciendo la muerte, sino dando vida con la dinamita creadora de riqueza. Ahí está, a la vista de todo el mundo, ese improvisado vergel cantando un himno al trabajo de los villarrealenses, mejor que la pluma más experta pudiera hacerlo.

A un kilómetro del poblado, a ambos lados del camino comienza a extenderse doble fila de erguidos cipreses. Dicho camino termina en un calvario, a lo largo, en su final. Al llegar aquí, ya en “el termet de la ermita”, a través de una pinada y matorral veo el cielo sonrosado por el ocaso. Las rojizas nubecillas, radiantes de luz, brillan tras las manchas oscuras de los pinos y cipreses. Allá lejos, en el fondo, se destaca la silueta majestuosa de Peñagolosa, cerrando el horizonte por arriba. En sentido opuesto, la faja azul del mar lo limita por el suroeste.

El susurro del río cuyas aguas resbalan sobre el azud de la acequia, turba el silencio de la tarde. Un perfume embriagador de tomillos y romeros aromatiza el tibio ambiente. Vuelvo a la derecha la mirada y, cual paloma que busca las caricias del río tendida sobre la fresca alfombra de verdura, contemplo la ermita.

Todo un sendero, desviándose del camino, bordea la cantera del río (de gran altura y perpendicular pendiente). El agua plateada del Mijares se desliza cristalina y pura, sirviendo de espejo natural al maravilloso ocaso de la tarde y a las maravillas de una ermita.

El viento me trae en sus ondas el melancólico cantar de algún labriego, sentida cantinela de música mudéjar dirigida por oculto trovador a la Virgen cristiana. Es un pastor que conduce sus ovejas al retiro. Este canto, y el pastor, me recuerdan el tradicional hallazgo de la Virgen y, pensando en ello, llego a la ermita y en ella penetro. Numeroso grupo de jóvenes labradoras, postradas ante la verja del altar, entonan gozos a coro. Muy cerca del templo se desciende por su escalera a un reducido oratorio construido en 1653, en cuyo fondo hay un altar, cerrando una verja la cueva donde, según tradición, fue hallada la imagen de la Virgen. El cuadro del altar representa la aparición a un pastor, y las paredes del recinto están materialmente cubiertas de exvotos, obsequios, mortajas, muletas, trenzas de cabello, versos y cuadros…

… Un pozo de frescas aguas junto al antiguo caserón; un molino junto al fondo del río; la intrincada cantera donde crecen adelfas, rosales, yedras, violetas y mil flores silvestres; la soberbia obra del azud o presa del agua para la acequia (que por un largo túnel subterráneo sale como abundante arteria a dar rica vida a los extensos naranjales de Villarreal); el monte del ermitorio, el Mijares con sus recodos caprichosos, un bello conjunto, en fin, de preciosos rincones, sirven de marco natural a ese celebrado ermitorio.


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La capilla de San Pascual

La capilla de San Pascual, tal cual hoy la encontramos, es un precioso templo corintio con decoración de adornos y pinturas murales churriguerescas. Grandes cuadros al óleo, representando escenas de la vida del Santo, cubren las paredes de la capilla. De elevada cúpula pende un extraordinario pendón que hace más de dos siglos lució en la Basílica de San Pedro, cuando la canonización de San Pascual, regalándolo después Roma a Villarreal, siendo paseado por las calles de la villa durante las fiestas como lo fue por las calles de la Ciudad Santa.

Frente a la puerta de la capilla se halla un sepulcro de mármol blanco que guarda los restos mortales de Fray Diego Baylón, sobrino de San Pascual, que también moró y murió en su mismo convento, en loor de santidad. A los pies del templo aparece un gran escudo real, atestiguando el patronato de la corona. En el altar mayor, que es un gran retablo de madera labrada y dorada, descansan en el precioso sepulcro del nicho principal los restos mortales e incorruptos del Santo Pastor.

Por ambos lados hay escaleras que conducen al suntuoso y artístico camarín, verdadera maravilla del siglo XVII, en cuya ascua de oro se confunde el peregrino contemplando aquel primor de relieves y pinturas idealizadas por la melancólica luz de la vidriera multicolor de una gran reja. Más de cien angelitos de dorada talla adornan la estancia, desde la cual puede verse cómodamente de muy cerca la momia del Santo. Desde lo alto de la media naranja pende una rica lámpara de plata y oro, estilo plateresco, recientemente restaurada, que regaló la Excma. señora Duquesa de Vergara. El zócalo del camarín, como el de toda la capilla, sacristía y escaleras, es de antiquísimos y artísticos azulejos de gran valor, regalados por Su Majestad en 1801.

El cuerpo de San Pascual ha sido visitado por muchos monarcas y célebres personajes. Junto a la Real capilla del santo está el antiguo convento de Alcantarinos, hoy residencia de monjas y, por tanto, clausura; allí se conserva la celda donde murió San Pascual y otras curiosidades.


El Mijares

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El río Mijares, desde Puebla de Arenoso hasta Fanzara, se ha abierto paso por los apéndices de la Sierra de Espadán en partes tan profundo y estrecho que, según frases del naturalista D. José Cabanilles, no se pueden registrar aquellos cortes sin estremecerse. Corriendo por tan profundos cauces parece imposible que las aguas hayan podido romper los obstáculos de tantas leguas de montes formando en ellos surcos de más de mil palmos de profundidad.

Sobre su cauce tiene seis puentes de piedra, situados en los puntos siguientes: uno romano de un solo arco en el término de Rábielos, llamado de Puenseca; otro de tres en Olba; otro de dos en la Puebla de Arenoso; otro de uno en Onda construido en 1867, y otros dos en el término de Villarreal: el de Santa Quiteria y el llamado Puente Nuevo.

El Rey D. Jaime I, después de la reconquista, concedió las aguas del Mijares a los cuatro pueblos de la Plana: Castellón. Almazora, Villarreal y Burriana. Grandes dudas y cuestiones origináronse entre las cuatro villas beneficiadas sobre el modo de tomar las aguas y la porción que a cada uno correspondía, y para evitar pleitos y gastos nombraron al infante D. Pedro, conde de Ribagorza, que en marzo de 1346 dictó su célebre sentencia en lemosín que aún perdura.

Este río es pródigo en pintorescos paisajes en su curso principal y en el de sus afluyentes, ofreciendo variedad de caracteres desde los bravíos desfiladeros cercanos a Montanejos y bruscas pendientes de sus montañas, hasta las plácidas anchuras de la planicie donde, sosegadamente, confunde sus dulces y tranquilas aguas con las saladas e inquietas del Mediterráneo. Después de muchos saltos y constantes serpenteos, de sus alturas parece que descanse en la llanura dando vida a las rojas adelfas de su lecho y reflejando en la tersa superficie de su corriente los destellos plateados de la luna de Valencia.